materialidad

Traiciones del lenguaje en arquitectura by Carlos Salazar

Maison Latapie

Maison Latapie

Después de asistir a la conferencia "Inhabiting freedom of use" de la prestigiosa arquitecta Anne Lacaton (Lacaton&Vassal) en la ETSA-UPV este martes, se me ocurrió que sería pertinente una reflexión posterior sobre lo que allí hablamos. Supongo que es por todos compartida la idea de que el lenguaje como expresión en arquitectura es inevitable. Bien se expresa por el tratamiento de la forma, por la de materialidad o por ambos a la vez. Incluso si se pretende huir de ello de un modo u otro la arquitectura se hace presente, es observada y vivida de manera inevitable: comunica.

El ejemplo ilustrativo para mí es el del trabajo de Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal que desde su experiencia en Nigeria, nada más acabar sus estudios en Burdeos, se interesan por la arquitectura anónima y modesta realizada con escasos materiales. Unas construcciones enmarcadas en un paisaje desértico de un país en donde la escasez de recursos provoca soluciones que exprimen al máximo las posibilidades de los materiales y de su relación con el entorno en donde están ubicadas. Se trata de construcciones económicas e inteligentes (“inteligencia económica” o “economía inteligente”).

Esta experiencia y sus conclusiones se ven reflejadas en uno de sus primeros proyectos construidos desde su despacho de París. Se trata de unas viviendas sociales en Mulhouse, Francia. Una ciudad industrial caracterizada por la realización de operaciones para la mejora de la calidad del alojamiento de las clases obreras, Jean Nouvel se encarga de la ordenación general de una prolongación de la ciudad y los llama como uno de los equipos colaboradores para el desarrollo de su propuesta. Su propuesta se basaba en la economía y optimización de recursos para ofrecer a su cliente y a los futuros usuarios viviendas con espacios más amplios por menos dinero de lo que costaría una vivienda construida de un modo convencional. A diferencia de África, en Europa, la solución pasaba por la utilización de materiales industriales propios de la construcción de invernaderos como el acero galvanizado, estructuras metálicas ligeras, cristal o paneles de policarbonato. Todos ellos mostrados en crudo sin acabados, tratados de forma digna y sencilla, a fin de conseguir más metros por el mismo precio. Esta idea se apoya fundamentalmente sobre la realización de amplias terrazas, espacios que apenas necesitan ser construidos y que vinculados directamente al salón aumentan la sensación de amplitud del espacio.

El éxito de las soluciones baratas hizo que vinieran más encargos pero esta vez ya la economía no era un factor determinante, aun así, ellos utilizaron el mismo tipo de materiales con la misma filosofía, economía, amplitud de espacios extendidos en terrazas para un bienestar mental del usuario. Así lo podemos ver en sus viviendas en Calón-sur-Saone. En otros encargos posteriores y Europa, en donde hay tanto construido, añadieron la premisa del reciclaje de las preexistencias. Demoler es siempre la última alternativa, es su caso se reutiliza lo que se pueda salvar.  

Lo que en principio viene de una filosofía de aplicar soluciones ingeniosas para resolver la necesidad primaria se torna una herramienta, un corpus de lenguaje que da pie a un sistema con su propio lenguaje. Dicha actitud se reflejó claramente en el Palais de Tokyo de París en donde la previsión era la recuperación original del esplendor de este edificio del siglo XIX pero que ellos con su propuesta de intervención mínima dejando a la vista todas las tripas del edificio ganaron el concurso en una época de crisis y escasez. Esto viene apoyado por el hecho de que se consideró como una solución provisional a la espera de que se dotase de recursos económicos para volver a la primera intención. El exitoso resultado de la intervención mínima dio paso a terminar la totalidad del edifico con esa estética de la “economía inteligente” en una época en donde ya se disponía del dinero suficiente para abordar cualquier otra solución. En este caso la “economía inteligente” se ha convertido en un estilo, un lenguaje con su propio sistema lógico y de apariencia. La economía viene incorporada por la naturaleza del lenguaje ya no por una necesidad. Otro ejemplo es la escuela de arquitectura de Nantes en donde la estética se parece a la de la infraestructura de parquin con espacios abiertos, informales poco especializados resueltos con hormigón visto y elementos prefabricados. Un ejemplo más es el FRAC de Dunkerke en donde proponen una ampliación de la nave existente. Se renuncia a la forma al plantear un volumen adosado igual que el preexistente, de idénticas dimensiones, pero siendo fiel a su lenguaje que resulta de la utilización de los mismos materiales que le dan la apariencia de un gran invernadero, una imagen aumentada de sus primeras construcciones.

Vista exterior del FRAC

Vista exterior del FRAC

Lo paradójico de ese lenguaje cuyo origen claro, honesto y sencillo, se va repitiendo, es que acaba traicionándose a sí mismo y a su esencia de “economía inteligente” perdiendo parte de su sentido. El uso indiscriminado de cristal o su alternativa en paneles de metacrilato, requiere de la aparición de otros elementos o recursos extraños que corrijan la acumulación de calor en el interior como son densas cortinas reflectantes, toldos de lona o como en el caso del FRAC recurrir a ventanas motorizadas que ayuden a hacer más habitable su interior. El lenguaje se impone en ciertos aspectos al sentido común en pos de una coherencia, pero también es cierto que esto ha creado grandes iconos “inútiles” de la arquitectura que han reflejado y nos han descubierto el espíritu de su época ayudando más al avance de las ideas que al bienestar de la gente.