RECORDANDO A EMILIO GIMÉNEZ / by Carlos Salazar

Homenaje a Juanjo Estellés en Club Diario Levante (2001). Este en el centro, a su izquierda Manolo Portaceli, de blanco Emilio Giménez y Carlos Salazar a su lado.

Homenaje a Juanjo Estellés en Club Diario Levante (2001). Este en el centro, a su izquierda Manolo Portaceli, de blanco Emilio Giménez y Carlos Salazar a su lado.

Como en cualquier profesión, los arquitectos no sabemos si seremos recordados cuando dejemos de existir ni cómo será ese recuerdo a través de las personas que nos conocieron o las obras que realizamos. En el caso del arquitecto Emilio Giménez, un destacado artífice del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), desde la Escuela de Arquitectura nos hemos propuesto recordarlo sobre el papel: Maite Palomares, subdirectora de cultura de la ETSA, me ha pedido que escriba un breve texto, también a otros colegas, para la revista Arq_Tweet como un pequeño homenaje a su figura.

En principio no resulta fácil para mí hablar de él porque no fue hasta en los últimos años de su carrera docente, como catedrático del Departamento de Proyectos Arquitectónicos, cuando tuve contacto con él. Incluso en ese momento tampoco tenía consciencia clara de quién era. Es por ello que a la hora de ponerme a escribir me limitaré a esbozar unas líneas sobre mi experiencia que me gustaría que sirviera de reflexión sobre esos recuerdos que quedan, un relato personal de cómo fueros aquellos, sus últimos años en la escuela.

Lo conocí cuando me presenté por primera vez a la plaza de profesor asociado en la Escuela Superior de Arquitectura de Valencia en el año 2000. Él presidía la mesa evaluadora de los currículos en la que también recuerdo a otros ahora compañeros como José Luis Ros, Vicente Blat, Iñigo Magro y quizás a José María Lozano y Vicente Más, no estoy seguro porque ha pasado mucho tiempo. Nada más sentarme y sin mediar palabra se dirigió a mí para explicarme escuetamente por qué no iba a acceder a la plaza. Recuerdo su intervención muy seca, directa, muy chocante y que por su tono es de esos sucesos que quedan para el recuerdo. Al año siguiente volví a presentarme y no solo lo conseguí si no que paradójicamente me asignaron un puesto en su asignatura. Para mi sorpresa el ambiente en clase era muy relajado, a ello contribuía mi apreciado colega Roberto Primo, juntos hacían un buen tándem al que no me costó nada adaptarme. Desde el primer momento nos dio total libertad a la hora de tutorizar los trabajos de los alumnos, sin ninguna imposición o línea rígida a seguir, los alumnos también valoraban esto aunque su presencia, su mirada, la contundencia en sus opiniones y autoridad les imponía mucho respeto, más aún cuando desde el fondo del aula se le oía gritar a un alumno: "¡Esto es una mierda pinchá en un palo!". Por aquel entonces era el director del departamento de proyectos y yo desconocía a la gran mayoría de mis compañeros. También con nosotros estaban Manolo Portaceli y Lourdes García Sogo. Todo ello ocurrió en los inicios del Taller 5.

Por aquella época conocí a gente tan interesante y emotiva como Juanjo Estellés, de conversación amena y divertida, que alguna vez lo tuve cenando en casa, que no paraba de hablar y nosotros no nos cansábamos de escucharle y a Manolo Portaceli con el que compartíamos su sentido del humor tan característico. Ellos formaron parte de una generación de arquitectos que podríamos llamarles "pioneros" de la arquitectura en una España atrasada que salía de su aislamiento. Con su trabajo y actitud se implicaron con el sector de la sociedad civil que deseaba cambios abriendo caminos de modernidad a las generaciones más jóvenes. Del mismo modo en que el maestro José Antonio Coderch influiría en su visión de la disciplina a pesar de su distanciamiento por el hecho de reprocharle el maestro que Emilio le diseñara la casa a Raimon, el célebre cantautor de Játiva. No obstante el legado arquitectónico de Giménez no es demasiado extenso, quizás por su amplia dedicación a la vida docente. Además del IVAM y del taller de Alfaro, es autor de edificios de viviendas en la calle Artes Gráficas, en la avenida de Giorgeta y en Lluís de Santàngel, donde tenía su residencia, así como el edificio efímero de la Comunitat Valenciana en la Expo 92 de Sevilla.

Giménez leía mucho y creo que le gustaba escribir tanto o más que ponerse de cara al tablero. Se agradecía sus recomendaciones de todo tipo de lecturas y sus conversaciones abarcaban un amplio y variado espectro de temas, desde la arquitectura, su campo, a los cómics o la moda, en definitiva de casi de cualquier aspecto de la vida aunque por cuestión generacional la informática, por ejemplo, no era lo suyo.

Recuerdo haber comentado lecturas de Bruce Chatwin con él. Después de leer “El libro de la Patagonia” y “Un paseo por el Mediterráneo” retomé mi afición a los libros de este género. Lo más curioso es que conociendo la biografía del autor se establecen algunos paralelismos entre éste y Emilio, concretamente en lo que respecta al carácter. Ambos amaban la vida social y Chatwin es admirado por su seco y lapidario estilo así como su innato talento para narrar historias, es decir, intelectual y hedonista con un sentido del humor ácido y muy sarcástico.

Después de su jubilación, y de cesar como profesor emérito, Giménez fue afectado por un primer ictus. Al poco tiempo sonó el teléfono y sin más dilación, una voz fuerte que reconocí al instante, me espetó al otro lado de la línea: "¿es que no vas a venir a verme?" de modo automático le dije "¡c-ño Emilio! Tenía entendido que estabas gagá y no te enterabas de nada", él se puso a reír. Bajaba a duras penas hasta el Bar Congo de la Gran Vía Reino de Valencia y yo le iba poniendo al día de los temas de la escuela, así fue la última etapa en que lo recuerdo. La última vez que lo vi, de hecho, se percibía un bajón mientras charlaba que me dejó preocupado. Poco más tarde sufrió un segundo ictus del cual ya no se recuperó.